Aunque les enseñan sobre el valor de la honestidad, la mayoría de los padres no siempre recurre a la verdad para educar a sus hijos preescolares.
Debe ser el cuento más clásico de la infancia: el "viejo del saco" que se llevará al niño si sale de la casa sin permiso. La lista de mentiras que los padres regalan a sus hijos pequeños es larga. La motivación tiene, en primer término, un carácter emocional, al que los padres recurren para proteger el bienestar de sus hijos. Por ejemplo, evitar decirle al niño que su dibujo es un desastre. El segundo busca controlar su comportamiento. Como cuando se les dice que si continúa pegándole a su hermano menor vendrá un policía y se lo llevará a la cárcel.
Así lo revela un estudio realizado por las universidades de California y de Toronto que encuestó a 127 padres y 127 universitarios sobre nueve mentiras modelo. Los datos fueron reveladores: un 78% de los adultos reconoció usar ese tipo de frases con sus hijos cuando tenían entre tres y seis años y un 88% de los jóvenes dijo que sus progenitores usaron ese tipo de inventos para "educarlos".
La mentira es una herramienta que utilizan también los padres que promueven la honestidad como valor importante con sus hijos e, incluso, más intensamente aquellos que son más castigadores frente a la falta de sinceridad. De hecho, más del 70% de los padres afirmó que dentro de sus principales enseñanzas está que la mentira es inaceptable.
Pero igual mienten. ¿Por qué? Porque creen que sus hijos no están preparados para saber ciertas cosas, porque sienten que es mejor protegerlos de algunas verdades, porque creen que no los entenderán si les dicen la verdad y, muchas veces, simplemente para conseguir que hagan lo que quieren de manera rápida y fácil.
Los padres no miden las consecuencias, especialmente si este tipo de mentiras se transforma en un repertorio cotidiano en la crianza y si el tema requiere honestidad. Un error, pues los niños incorporan muchas de esas primeras señales y lecciones sobre conducta social observando a sus padres. "Mentir en forma recurrente podría darles a esos niños mensajes contradictorios a futuro, romper las confianzas con sus padres -fenómeno que podría hacer crisis en la adolescencia-, aprender que mentir es razonable y aceptable y, por ende, replicar el modelo de crianza con su propia familia", explica a La Tercera el investigador Kang Lee.
Le pasó a Marcelo la primera vez que una pelea matrimonial lo alejó de la casa por unos días. Creyó que decirle a su hijo Benjamín (5) que se fue de viaje a Estados Unidos era una buena estrategia. El Benja esperaba un regalo que nunca llegó. Y cuando escuchó a sus abuelos hablar del tema, se fue para dentro. "Me costó romper la distancia que yo mismo creé con él", dice Marcelo.
Hay más: los padres no deben subestimar la capacidad de los niños de descubrir cuándo se les miente. "Los niños tienen un tercer ojo, son capaces de leer entre líneas, captando con naturalidad nuestras emociones, aquellas que delatan lo que no decimos", explica Juan Pablo Westphal, sicólogo de Clínica Santa María.
COMPRENSIÓN DE LA REALIDAD
Los especialistas no avalan las mentiras a los niños. Pero evitan encender alarmas demás. Por ejemplo, con los cuentos infantiles: ¿cómo le puede afectar a un niño enterarse de que el ratón que cambia los dientes de leche por billetes no existe? "Ante esto no me pondría alarmista, sobre todo con cuentos como el viejo pascuero o el ratoncito. Un niño lo puede entenderlo como un juego y no entrar en la recriminación", comenta Westphal. Un caso: Paz tenía siete años cuando se enteró en el colegio que el ratón era fantasía. Su padre supo que ella conocía la verdad, pero no tocó el tema. Al contrario, siguieron con la tradición: ella trataba de mantenerse despierta para "pillarlo" en el momento en que él dejaba el billete en la funda de la almohada. Ese juego hizo más cómplice la relación padre-hija.
Hay otro margen para los padres: la protección de los niños. "Es comprensible que haya personas que mientan u omitan ciertos temas con la finalidad de no dañar al niño. Cuando se trata de separaciones o fallecimiento, lo que hay que hacer es entregar la informacion verdadera pero matizada", cuenta el sicólogo.
Un caso recurrente: la muerte de un familiar. "Decirle a un niño que la abuela se fue de viaje no es la mejor forma de que el niño enfrente una muerte", dice Ladislao Lira, sicólogo infanto juvenil. Evitar un tema porque en realidad complica enfrentarlo no es el camino. ¿Cómo hacerlo? Decirle que partió, que no la va a volver a ver, que está descansando. "Ni información verdadera ni cruda. Al niño hay que entregarle elementos que le ayuden a comprender el mundo de acuerdo con su edad. No hay que olvidar que un niño también necesita vivir el rito de despedida y el duelo. Y eso no es mentir", dice Lira.
La idea es no hacer de una excepción una práctica común y recordar que en cualquier etapa en su desarrollo el niño se topará con la verdad fuera de su hogar. Entonces, puede ser que él deba recordarles a sus padres la fábula de Pedrito y el lobo.
Fuente: La Tercera
Eduardo Bravo Lange
Coordinación de la Asignatura
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